En
diciembre 2012 vinieron a verme Juan Y María, un matrimonio, para
ver si podía ayudarlos con su hijo de dos años y medio, Daniel;
éste no hablaba ni podía caminar, debido a una lesión cerebral
acaecida al final de la gestación.
El
curso del embarazo fue absolutamente normal pero, al momento de nacer
Daniel, el cordón umbilical se enredó en su cuello y le asfixió
causándole una parálisis cerebral; sus funciones motoras y
comunicativas estaban afectadas, el diagnóstico era ingrato: el
equipo profesional que atendía al niño desde el nacimiento
pronosticó que éste jamás caminaría ni hablaría... ni
sobreviviría más allá de los cinco años debido a que la lesión
en su cerebro le impediría crecer.
Su
padre preguntó a la jefa del equipo médico si no habría alguna
posibilidad mínima, a lo que la profesional respondió: "lo
lamento, los milagros no existen".
Esa
tarde cuando los recibí y tomé al niño en brazos, dije a la
pareja:
-
"Bien, la sanación de Daniel es posible, pero llevará un
proceso de dos a tres años. Aunque en unos cuarenta días verán
alguna señal de evolución, el proceso requiere dos a tres años"
-
"¿Y qué debemois hacer en ese tiempo?" - preguntaron.
-
"Sean felices, eso es todo".
Cuatro
meses más tarde me llama Juan y me dice que vendrán a verme para
conversar; acordamos reunirnos el sábado de esa semana. Ese sábado
llegaron a mi casa... y Daniel bajó solito del auto, por su propio
pie, apenas tomado de la mano de su padre. Durante las siguientes dos
a tres horas, daniel rió, conversó, dibujó, jugó e hizo cosas que
cualquier niño saludable de tres años hace...
Los
médicos que lo tratan aún no comprenden cómo pudieron "equivocar"
el diagnóstico. Juan, María y yo, sonreímos y damos gracias.
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